Anna
Todd
Saga
After
1 After
Cada asignatura que elegía, cada trabajo que realizaba desde el primer
día de instituto, giraba en torno a entrar en la universidad. Y no en cualquier
universidad. Mi madre se había empeñado en que iría a la de Washington Central,
la misma a la que había ido ella, aunque nunca llegó a terminar sus estudios.
Yo no tenía ni idea de que ir a la facultad sería muchas más cosas que obtener
un título. No tenía ni idea de que escoger mis asignaturas optativas para el
primer semestre me acabaría pareciendo, tan sólo unos meses después, algo
trivial. Era muy ingenua entonces, y en cierta manera sigo siéndolo.
Pero no podía imaginar lo que me esperaba. Conocer a mi compañera de cuarto
de la residencia fue algo intenso e incómodo desde el principio, y conocer a su
alocado grupo de amigos más todavía.
Eran muy diferentes de todas las personas que había conocido hasta entonces,
y me intimidaba su aspecto, me confundía su absoluta falta de interés por
llevar una vida planificada. Pronto pasé a formar parte de su locura; me dejé
liar...
Y fue entonces cuando él se coló en mi corazón.
Desde nuestro primer encuentro, Hardin cambió mi vida de una manera que
ningún curso de preparación para la universidad ni ningún grupo de lectura para
jóvenes lo habría hecho. Aquellas películas que veía de adolescente pronto se
convirtieron en mi vida, y sus ridículas tramas pasaron a formar parte de mi
realidad. ¿Habría hecho las cosas de manera diferente de haber sabido lo que estaba
por llegar? No estoy segura. Me gustaría poder dar una respuesta directa a eso,
pero no puedo.
A veces me siento agradecida, tan absolutamente perdida en el momento de
pasión que mi juicio se nubla y lo único que veo es a él. Otras veces pienso en
el sufrimiento que me causó, en el profundo dolor por la pérdida de mi antiguo
yo, en el caos de esos momentos en los que me sentía como si mi mundo estuviera
patas arriba, y la respuesta no es tan sencilla como lo fue en su día.
De lo único de lo que estoy segura es de que mi vida y mi corazón jamás
volverán a ser los mismos, no después de que Hardin irrumpiera en ellos.
2 En mil pedazos
No siento el asfalto helado bajo mi cuerpo ni la nieve que me cae
encima.
Sólo noto el agujero que me desgarra el pecho. Me arrodillo desesperado
viendo cómo Zed arranca el coche y sale del aparcamiento con Tessa en el asiento
del acompañante.
Nunca lo habría imaginado, ni en mis peores pesadillas habría pensado
que podría sentir un dolor semejante. El dolor de la pérdida, lo llaman. Jamás
había tenido nada ni a nadie de verdad, jamás había sentido la necesidad de
tener a alguien, de hacer a alguien completamente mío, de aferrarme a alguien
con tanta intensidad. El pánico, el puto pánico que me da perderla, no entraba
en mis planes. Nada de esto entraba en mis planes. Iba a ser coser y cantar: me
la tiraba, me ganaba una pasta y el derecho a restregárselo a Zed. Punto
pelota. Sólo que no fue así. La rubia con faldas largas que hace listas
interminables de tareas pendientes se me fue metiendo bajo la piel hasta que
estuve tan loco por ella que ni yo mismo me lo creía. No me di cuenta de lo
enamorado que estaba de ella hasta que me encontré vomitando en el lavabo
después de haberles enseñado a los cafres de mis amigos la prueba de su
virginidad robada. Fue horrible y lo pasé fatal..., pero eso no me impidió
hacerlo.
Gané la apuesta pero he perdido lo único que ha conseguido hacerme feliz
en la vida, además de todas las cosas buenas que me hizo ver que yo tenía. La
nieve me está calando la ropa y me gustaría culpar a mi padre por haberme
pasado su adicción; me gustaría culpar a mi madre por haberlo aguantado
demasiado tiempo y haber ayudado a crear a un crío de tarados; y también culpar
a Tessa por haberme dirigido la palabra alguna vez. Joder, me gustaría culpar a
todo el mundo.
3 Almas perdidas
Contemplo el rostro familiar de este extraño y me invaden los
recuerdos.
Yo solía sentarme aquí a cepillarle la melena a mi Barbie rubia. A
menudo deseaba ser la muñeca: ella lo tenía todo. Era guapa, siempre iba
arreglada, siempre era quien tenía que ser. «Sus padres deben de estar muy
orgullosos de ella», pensaba yo. Allá donde estuviera, seguro que su padre era
el presidente de una gran compañía y viajaba por todo el mundo mientras su
madre cuidaba de sus hijos.
El padre de Barbie nunca llegaba a casa tambaleándose y chillando. No
le gritaba a la madre de Barbie tan alto que tenía que ir a esconderse al
invernadero para escapar de los ruidos y de los platos que se hacían añicos
contra el suelo. Y si, por casualidad, los padres de Barbie reñían, ella
siempre tenía a Ken, el novio rubio perfecto, para consolarla... hasta en el
invernadero.
Barbie era perfecta, por eso tenía una vida perfecta y unos padres
perfectos.
Tengo delante a mi padre, que me abandonó hace nueve años. Está sucio y
demacrado, nada que ver con cómo debería ser. Nada que ver con mis recuerdos.
Me mira, una sonrisa se dibuja en su cara y me asalta otro recuerdo.
La noche que mi padre nos abandonó... La expresión pétrea de mi madre.
No lloró. Se quedó allí pasmada, esperando a que él saliera por la puerta. Esa
noche la cambió, después de aquello dejó de ser la madre cariñosa que era. Se
volvió dura y distante, infeliz.
Pero ella se quedó y él no.
4 Amor Infinito
Muchas veces en mi vida he tenido la impresión de que que sobro, de que
estoy fuera de lugar en el peor sentido posible. Mi madre lo intentaba, lo
intentaba con todas sus fuerzas, pero no era suficiente. Trabajaba demasiado.
Dormía durante el día porque se pasaba toda la noche en pie. Trish lo
intentaba, pero un niño, y más un niño perdido, necesita a su padre.
Yo sabía que Ken Scott era un hombre atormentado, un hombre sin pulir
que aspiraba a ser alguien y al que nunca le impresionaba nada de lo que hacía.
El pequeño Hardin —el niño que trataba patéticamente de impresionar a aquel
señor alto cuyos gritos y tambaleos inundaban el reducido espacio de nuestra
casucha de mierda— estaría encantado ante la posibilidad de que aquel hombre
tan frío no fuera su padre. Suspiraría aliviado, cogería su libro de la mesa y
le preguntaría a su madre cuándo iba a venir Christian, el señor agradable que
le hacía reír y que le recitaba pasajes de libros antiguos.
Pero Hardin Scott, el hombre adulto que lucha
contra la adicción y la rabia heredada del vergonzoso padre que le fue
impuesto, está furioso de la hostia. Me siento traicionado, confundido y
cabreado de cojones. No tiene sentido. No es posible que este típico culebrón
televisivo de padres intercambiados me esté pasando a mí en la vida real. Recuerdos
que había enterrado resurgen a la superficie.
A la mañana del día siguiente de que una de mis redacciones fuese
seleccionada para el periódico local, oí cómo mi madre decía con orgullo y
ternura al teléfono: «Sólo quería que supieras que Hardin es brillante. Como su
padre».
Eché un vistazo al pequeño salón. El hombre de
pelo oscuro que estaba inconsciente en el sillón con una botella de licor
marrón a sus pies no era brillante. «Es un puto desastre», pensé al ver que se despertaba, y mi madre colgó rápidamente el teléfono. Hubo numerosas
situaciones de este tipo, demasiadas como para contarlas, y yo era demasiado
estúpido, demasiado joven para entender por qué Ken Scott era tan distante conmigo,
por qué nunca me abrazaba como solían hacerlo los padres de mis amigos con sus
hijos. Jamás jugaba al béisbol conmigo ni me enseñó nada más que cómo ponerse
ciego de alcohol.
¿Pasé por todo aquello para nada? ¿De verdad Christian Vance es mi
padre real?
La habitación me da vueltas. Miro fijamente al hombre que supuestamente
me engendró y algo en sus ojos verdes y en la línea de su mandíbula me resulta
familiar. Veo cómo le tiemblan las manos al apartarse el pelo de la frente y me
quedo helado al darme cuenta de que yo estoy haciendo exactamente lo mismo.
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